La única revista hippie en la que el diseño gráfico importaba
Mosaico con portadas de la revista contracultural ‘Avant Garde’
Durante los años del posthippismo, la prensa underground entró en el campo de batalla mediático en los EE UU —también en el Reino Unido y Australia—. Se trataba de proponer, tal como estaba ocurriendo con los usos sociales, el arte, la cultura y la política, modelos más veraces, abiertos y desprendidos de los convenios entre de la prensa tradicional y el poder. De la ilusionante edad de las flores y la cándida utopía que proclamaban buena parte de sus hijos, nacieron fanzines, revistas, diarios y panfletos de relajada puntualidad pero contenidos precisos…
Aunque la prensa underground fue de vida corta —la única excepción fue el quincena lRolling Stone, pero su etapa contracultural fue efímera y en pocos años el éxito la llevó a convertirse en un medio tradicional y masivo, pese a su nómina de grandes reporteros—,algunas revistas merecen un espacio de mérito que no se les concede. Es el caso de Avant Garde, la única revista hippie en la que importaba el diseño gráfico.
Efímera —sólo editó catorce números entre enero de 1968 y julio de 1971—, la colección completa de la revista ha sido ahora delicadamente digitalizada y organizada en un rpoyecto de la archivista Mindy Seu.
Con un propensión editorial a romper tabués —el editor, Ralph Ginzburg (1929-2006), era un intelectual con afán de desarrollar la revolución sexual y tenía una espina clavada contra la administración judicial de los EE UU, que lo había intentó encarcelar por pornógrafo por una revista previa, Eros— quería convertir Avant Garde en una plataforma de periodismo vibrante, nervioso, con temas lujuriosos y sensuales pero bien escritos y mejor presentados.
Su idea era editar una publicación de referencia y calado y, aunque no era precisamente hippie sino un intelectual a la europea, aprovechó el rebufo idealista de la época para dar cabida en los contenidos a personajes tan importantes como el ilustrador germano-estadounidense Richard Lindner (1901-1978), a cuya obra cedió un amplio reportaje en el número inaugural llamando al artista “el Rubens de la generación del amor“.
Para la maquetación de Avant Garde el editor entregó el mando a su amigo Herb Lubalin (1918-1981), un prodigio del diseño gráfico. Su primer acierto fue crear un logotipo histórico que rompió moldes y actuaba como reactivo inmediato sugiriendo futurismo, novedad y valentía. Lublin sorprendió a todo el sector de las artes gráficas con un cabecera y una tipografía que todavía hoy serían consideradas excelentes.
Aunque el logotipo mereció una asombrada respuesta por su dinamismo, Lubalin tuvo que hacer frente a críticas algo despiadadas porque cometió el desliz de registrar la tipografía y ofrecer su uso gratuito, lo que derivó en el abuso de muchos avispados que sobreutilizaron la fuente, la perrvirtieron y devaluaron.
El especialista en tipografía Steven Heller anota: “Si (la fuente) Futura fue el tipo de letra del futuro y Helvética el del modernismo corporativo, Avant Garde fue adoptada como un símbolo de los estridentes años sesenta y setenta. Tenía raíces en el modernismo, pero también era lo suficientemente ecléctica para no ser demasiado limpia o fría”.
A diferencia de otras revistas underground de la época, limitadas en su lector-objetivo a los miembros de la tribu de las flores, el pacifismo y la revuelta social, la publicación de Ginzburg y Lubalin introdujo el pálpito hippie en los cenáculos de la publicidad, el diseño, el arte y la cultura.
Era la antítesis de la inglesa-australiana Oz y el San Francisco Oracle, editada en la cuna del flower power, productos abigarrados, parecían estar diseñados por meritorios en viaje de LSD y, pese a las buenas intenciones, eran muy difíciles de leer —concombinaciones de colores impracticables, contenían textos que terminaban bruscamente para continuar veinte páginas más adelante y colocaban muy abajo el umbral de calidad de la redacción, consintiendo piezas nada o muy poco trabajadas—.
En el archivo digital de Avant Garde hay garantía para unas cuantas horas de gozo y calidad periodística: los grabados eróticos de Picasso y las litografías sexuales de John Lennon —que ocuparon por entero un ejemplar de la revista—; las fotos intervenidas en laboratorio de Bert Stern a Marilyn Monroe; un concurso abierto de pósters contra la guerra de Vietnam; el número monográfico con el gran reportaje Portraits of the American People (Retratos de la gente estadounidense), de Alwyn Scott Turner…
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